La otra carta
Cuando Gonzalo Latuada abrió el sobre sin
remitente, no podía creer lo que estaba leyendo. Pero ahí estaba. El matasello
era de uno de esos paraísos rodeados de agua tibiecita y azul, en algún rinconcito
del Mar Caribe. Y hasta hubiera jurado que el papel olía a J’Adore.
“Querido Gonzalo”, comenzaba. “Ya empezamos
difícil”, se dijo el abogado, para quien cada palabra era trascendente.
“Te ruego absoluta reserva con respecto a cuanto
leas en esta carta que te hago llegar, no sin un miedo tremendo por lo que pudiera
ocurrirme. Lo único que no quisiera es desaparecer como han hecho desaparecer a
Miguel. Me quedé atrás cuando íbamos juntos en busca de nuestro futuro. Cuando Miguel se esfumó, no tuve
otro remedio que continuar sola con el plan. Ya no había vuelta atrás.
Querría verte en persona, aunque sé que es
demasiado pedirte que te llegues a este lugar, pero sé que siempre has sido un
buen amigo (y me pareció que, tal vez, hubiéramos podido ser algo más). Si te
decidís a venir puedo costear tus gastos. Ya me dirás si estás dispuesto. La
manera de comunicarte es a Casilla de Correo…
Te espera, ansiosa,
Flavia”
Latuada comenzó a maquinar acerca de todas las
alternativas que derivaban del hecho de que la uruguaya estuviera viva en algún
paraíso caribeño. Se preguntaba quién y por qué había querido desaparecer a
Miguel Gómez. Las palabras “plan” y “futuro”, en la carta de la rubia, daban a
entender que lo ocurrido el día del piquete no obedecía solamente a la rabia
por las constantes detenciones del chárter trucho sino a algo
intencionado, con un propósito bien predeterminado, pero ella se decía ajena a
la desaparición de Miguel e ignorante acerca de cómo había sucedido.
Recordó aquel día en que un investigador privado lo detuvo cerca de
Tribunales. Recordó también, no sin melancolía, los días de asadito al compás
de la Bersuit Vergarabat, los pies por debajo de la mesa y esa sensación de
asignatura pendiente que le había quedado siempre con respecto a Flavia.
Comenzó a preguntarse quiénes eran los
responsables de la ausencia definitiva del Ingeniero. Clara debía estar
despechada si se había enterado del romance pero de ahí a “desaparecerlo”, no
podía olvidar que era el papá de Pauli…
¿Flavia? Parecían tan enamorados y ella hablaba de que no había tenido otra
alternativa más que seguir con el plan que tenían. ¿De qué plan hablaba? En
estos pensamientos se encontraba cuando un gusano comenzó a asomar por la
esquina superior derecha del porta papel secante del escritorio. Primero fue
uno. Al rato, todo el papel secante se vio lleno de gusanos que enmarcaban el
rostro desdibujado de doña Deolinda.
Eligió salir de la oficina, le dio vacaciones a
sus ayudantes y no regresó por varios días para desconcierto de sus clientes.
Especialmente de Fernando y Berna que necesitaban soluciones rápidas con
respecto al despido de la paraguaya.
Cuando se animó a reabrir la oficina se encontró
con una serie de mensajes en el contestador, en los que Berna le pedía
celeridad en las gestiones. Iban a casarse. Y tenían un proyecto increíble para
el que la indemnización les resultaría providencial. La voz de la muchacha, al
otro lado de la línea sonaba entusiasmada. Latuada quedó pretrificado cuando se
comunicó con la feliz pareja y se enteró de que contaban con la gallega como
madrina de la futura unión.
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