domingo, 3 de febrero de 2013

Capítulo 31: La otra carta



La otra carta
Cuando Gonzalo Latuada abrió el sobre sin remitente, no podía creer lo que estaba leyendo. Pero ahí estaba. El matasello era de uno de esos paraísos rodeados de agua tibiecita y azul, en algún rinconcito del Mar Caribe. Y hasta hubiera jurado que el papel olía a J’Adore.
“Querido Gonzalo”, comenzaba. “Ya empezamos difícil”, se dijo el abogado, para quien cada palabra era trascendente.
“Te ruego absoluta reserva con respecto a cuanto leas en esta carta que te hago llegar, no sin un miedo tremendo por lo que pudiera ocurrirme. Lo único que no quisiera es desaparecer como han hecho desaparecer a Miguel. Me quedé atrás cuando íbamos juntos en busca de  nuestro futuro. Cuando Miguel se esfumó, no tuve otro remedio que continuar sola con el plan. Ya no había vuelta atrás.
Querría verte en persona, aunque sé que es demasiado pedirte que te llegues a este lugar, pero sé que siempre has sido un buen amigo (y me pareció que, tal vez, hubiéramos podido ser algo más). Si te decidís a venir puedo costear tus gastos. Ya me dirás si estás dispuesto. La manera de comunicarte es a Casilla de Correo…
Te espera, ansiosa,
Flavia”
Latuada comenzó a maquinar acerca de todas las alternativas que derivaban del hecho de que la uruguaya estuviera viva en algún paraíso caribeño. Se preguntaba quién y por qué había querido desaparecer a Miguel Gómez. Las palabras “plan” y “futuro”, en la carta de la rubia, daban a entender que lo ocurrido el día del piquete no obedecía solamente a la rabia por las constantes detenciones del chárter trucho sino a algo intencionado, con un propósito bien predeterminado, pero ella se decía ajena a la desaparición de Miguel e ignorante acerca de cómo había sucedido.
Recordó aquel día en que un investigador privado lo detuvo cerca de Tribunales. Recordó también, no sin melancolía, los días de asadito al compás de la Bersuit Vergarabat, los pies por debajo de la mesa y esa sensación de asignatura pendiente que le había quedado siempre con respecto a Flavia. Comenzó a preguntarse  quiénes eran los responsables de la ausencia definitiva del Ingeniero. Clara debía estar despechada si se había enterado del romance pero de ahí a “desaparecerlo”, no podía olvidar que era el papá de Pauli…
¿Flavia? Parecían tan enamorados y ella hablaba de que no había tenido otra alternativa más que seguir con el plan que tenían. ¿De qué plan hablaba? En estos pensamientos se encontraba cuando un gusano comenzó a asomar por la esquina superior derecha del porta papel secante del escritorio. Primero fue uno. Al rato, todo el papel secante se vio lleno de gusanos que enmarcaban el rostro desdibujado de doña Deolinda.
Eligió salir de la oficina, le dio vacaciones a sus ayudantes y no regresó por varios días para desconcierto de sus clientes. Especialmente de Fernando y Berna que necesitaban soluciones rápidas con respecto al despido de la paraguaya.
Cuando se animó a reabrir la oficina se encontró con una serie de mensajes en el contestador, en los que Berna le pedía celeridad en las gestiones. Iban a casarse. Y tenían un proyecto increíble para el que la indemnización les resultaría providencial. La voz de la muchacha, al otro lado de la línea sonaba entusiasmada. Latuada quedó pretrificado cuando se comunicó con la feliz pareja y se enteró de que contaban con la gallega como madrina de la futura unión.

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