2007- El casamiento
Los vecinos de City Bell no podían creer lo que
veían. El cortejo llegó a la casa de Fernando a pie desde la capillita del
Inmaculado Corazón de María.
La novia, de riguroso blanco, con una sonrisa
enorme de dientes completísimos, del
brazo de un Fernando rejuvenecido, con un cuello absolutamente
normalito, saludaba a diestra y siniestra. Detrás, iban Doña Deolinda,
elegantísima en su traje violeta. La capelina cubría sus cabellos, que por ese
día habían decidido desagusanarse. Iba flanqueda por Latuada, que hacía un
enorme esfuerzo por disimular la aprehensión que su compañera le provocaba.
Había aceptado el padrinazgo de la pareja porque estimaba mucho a Fernando, y
no se había atrevido a despreciar la invitación.
Detrás, trajeados impecablemente, seguían los cuatro
hijos de Bernarda, que, de ahí en más, vivirían en la casa de Fernando, la que
había sido remodelada, modernizada y ampliada para la familia numerosa que formarían.
La casa tenía ahora un cuarto con baño privado para la gallega, que también se
integraría a la nueva etapa.
Las obras y la celebración habían sido costeadas
por la patrona de Bernarda, que debió vender el piso para hacer frente a los
reclamos y a las costas del juicio.
Las mesas se pusieron en el jardín ampliado por el
terreno vecino, gracias a los buenos oficios del padrino que, en su último
viaje al reducto caribeño cuyo matasellos apareciera en la carta recibida
tiempo atrás, obtuvo un permiso especial de la vecina de Fernando para esta especial oportunidad.
Hubo fiesta para rato, y hasta se dieron el gusto
de invitar a Clara y a Paulita, que, dicho sea de paso, se veían demasiado bien
para ser viuda y huérfana de Miguel, respectivamente.
También Héctor, el chofer, fue de la partida.
Fernando y Berna eran tan felices que se habían olvidado de los malos ratos que
el cochino les había hecho pasar. Después de todo, si no hubieran tenido que
defenderse de sus instintos, la tarde noche azul de “Las Virginias” nunca se
hubiera concretado. Eso sí, Héctor había pedido permiso para asistir acompañado
por su nueva pareja, en la ruta y en la vida: El Sargento Ortega estaba muy
buen mozo en su uniforme, y no se cansaba de alabarlo delante de todo el que quisiera
prestar oídos.
La fiesta sirvió también para inaugurar el primer
centro comunitario en esa zona de City Bell. Estaba en el fondo de la casa de
Fernando y ahí, él y la paraguaya iban a
armar talleres de artes y oficios para muchos pibes de las zonas más pobres de La
Plata.
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