martes, 5 de febrero de 2013

Capítulo 32: 2007- El casamiento


2007- El casamiento
Los vecinos de City Bell no podían creer lo que veían. El cortejo llegó a la casa de Fernando a pie desde la capillita del Inmaculado Corazón de María.
La novia, de riguroso blanco, con una sonrisa enorme de dientes completísimos, del  brazo de un Fernando rejuvenecido, con un cuello absolutamente normalito, saludaba a diestra y siniestra. Detrás, iban Doña Deolinda, elegantísima en su traje violeta. La capelina cubría sus cabellos, que por ese día habían decidido desagusanarse. Iba flanqueda por Latuada, que hacía un enorme esfuerzo por disimular la aprehensión que su compañera le provocaba. Había aceptado el padrinazgo de la pareja porque estimaba mucho a Fernando, y no se había atrevido a despreciar la invitación.
Detrás, trajeados impecablemente, seguían los cuatro hijos de Bernarda, que, de ahí en más, vivirían en la casa de Fernando, la que había sido remodelada, modernizada y ampliada para la familia numerosa que formarían. La casa tenía ahora un cuarto con baño privado para la gallega, que también se integraría a la nueva etapa.
Las obras y la celebración habían sido costeadas por la patrona de Bernarda, que debió vender el piso para hacer frente a los reclamos y a las costas del juicio.
Las mesas se pusieron en el jardín ampliado por el terreno vecino, gracias a los buenos oficios del padrino que, en su último viaje al reducto caribeño cuyo matasellos apareciera en la carta recibida tiempo atrás, obtuvo un permiso especial de la vecina de Fernando  para esta especial oportunidad.  
Hubo fiesta para rato, y hasta se dieron el gusto de invitar a Clara y a Paulita, que, dicho sea de paso, se veían demasiado bien para ser viuda y huérfana de Miguel, respectivamente.
También Héctor, el chofer, fue de la partida. Fernando y Berna eran tan felices que se habían olvidado de los malos ratos que el cochino les había hecho pasar. Después de todo, si no hubieran tenido que defenderse de sus instintos, la tarde noche azul de “Las Virginias” nunca se hubiera concretado. Eso sí, Héctor había pedido permiso para asistir acompañado por su nueva pareja, en la ruta y en la vida: El Sargento Ortega estaba muy buen mozo en su uniforme, y no se cansaba de alabarlo delante de todo el que quisiera prestar oídos.
La fiesta sirvió también para inaugurar el primer centro comunitario en esa zona de City Bell. Estaba en el fondo de la casa de Fernando y ahí, él y la paraguaya iban a  armar talleres de artes y oficios  para muchos pibes de las zonas más pobres de La Plata.

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