lunes, 14 de enero de 2013

Capítulo 11: La carta


La carta
Querida Clara:
Escribirle a la mujer de uno teniéndola al lado parece una idiotez, pero no me atrevo a decirte cara a cara esto que debería haberte dicho hace mucho tiempo.
Cuando nos mudamos a City Bell pensé que tocaba el cielo con las manos, que la casa nueva nos iba a dar patente de felices para siempre, Clara, pero no es así. Cada día me siento más vacío, más lejos de vos, más fastidiado con la incipiente adolescencia de Pauli. Con más ganas de vivir solo o empezar una vida nueva. La rutina, la rutina me tiene agobiado, mis viajes en el chárter me hacen pensar demasiado y debo decirte que he llegado a considerar la posibilidad de separarnos.
No creas que hay otra, por ahora, pero soy hombre derecho y antes de traicionarte preferiría alejarme de vos aunque te hiciera daño.
Es por eso que te escribo. Para que sepas que estoy pasando por una crisis (supongo que algo vos debías intuir), para decirte que, aunque te quiero mucho, en este momento necesitaría estar solo. Espero que me comprendas como lo hiciste siempre, Clara. Yo te prometo no tomar ninguna determinación definitiva por ahora, pero te pido que me des un tiempo y la posibilidad de poner distancia entre nosotros aunque sigamos viviendo bajo el mismo techo (por Pauli, ¿sabés?).
No es que no quede nada del amor que nos tuvimos, pero me siento raro, lejano, como con ganas de nuevos horizontes. Querría recuperar la pasión que se nos congeló de tanto cinchar para mantenernos a flote y vivir con dignidad. Pero siento que en este momento no es al lado tuyo que podría hacerlo.
Bueno, Clara, basta de vueltas. Prefiero esto a la traición. Cuando leas estas líneas te pido que conversemos para ver cómo podemos seguir adelante por el momento.
Perdoname.

Miguel
28/2/05

Clara desdobló el papel que Miguel le había dejado sobre la mesita de luz. Sobre esa mesita que habían buscado con tanto empeño un domingo por San Telmo, cuando todo era ilusión.  No quiso leer enseguida, y se demoró pasando los dedos por las flores talladas en el frente del cajón. Las vetas de la madera parecían hacerle guiños cómplices, como acompañándola en ese momento. ¿Qué había detrás de esa carta? ¿Qué le pasaba a Miguel? Comenzó a develar el misterio renglón por renglón a través de la letra filosa de su hombre. Porque para Clara, Miguel era su hombre. Así, sin vueltas y a pesar de todo. ¿Era  la uruguaya del chárter la que lo tenía confundido? ¿O eran esos días en que él se quedaba en Buenos Aires con la excusa de terminar unos informes y no perder tiempo viajando los culpables del alejamiento? La mujer no entendía demasiado las palabras de su marido. Aunque, pensándolo bien, estaban ahí tan claritas: Miguel ya la había dejado, aunque todavía continuara durmiendo a su lado. Miguel y los años jóvenes. Miguel y las ilusiones de construir la casa; Miguel en la playa, en la montaña; Miguel, al lado de la parrilla, Miguel, acunando a Pauli o recibiendo el título de Ingeniero. Miguel besándola, apasionado. ¿Cuánto hacía que los temas de conversación oscilaban entre la forma de llegar a fin de mes, la escuela de Pauli y los problemas que implicaba viajar a Buenos Aires en ese vehículo inmundo en que le tocaba subir a su esposo? ¿Cuánto tiempo desde que fueran a bailar o tuvieran una cena romántica?
Bien mirado, Clara se decía que ellos no eran los únicos, que casi todos sus amigos estaban igual. Se hacía muy difícil conservar el romanticismo después de tantas horas de yugarla. Si ella veía las caras en el supermercado, en la calle, en los colectivos. Al dolor agudo de la crisis del 2001 le había sucedido una niebla gris y pegajosa que no se iba de ninguna manera. Esa niebla parecía transformarse en una tela de araña cuyos hilos ataban los sueños y los deseos. Pero ella amaba a Miguel todavía y no se iba a resignar así como así a perderlo. Algo se le ocurriría. Algo para modificar el rumbo de las cosas y recuperarlo. Los ojos de Clara no derramaron ni una lágrima. Rompió la carta en mil pedazos como para decir jamás fue escrito. Se metió en el baño para reparar dolores debajo de la ducha y salió convertida en un pimpollo fresco y luminoso que titilaba las palabras aquí no ha pasado nada.

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