El otro yo del Doctor Latuada
El hombre lo había interceptado, a la salida del
bar El Foro, un tiempo antes de la desaparición de Miguel. Latuada conservaba
en sus narices el olor a café de máquina que se mezclaba con el del cigarrillo
y algún dejo del roble que se niega a desaparecer
de algunos bares de Buenos Aires. Era una mañana dorada de mediados del otoño.
Los abogados entraban y salían del lugar portando su uniforme de saco y
corbata. Y las mujeres, el infaltable traje sastre. Desde lejos se diferenciaba
a aquellos que habían pelechado con la Argentina
primermundista de los que peleaban el pesito en pleitos sin importancia.
Gonzalo, como siempre, hacía promedio.
“Vea, amigo, no tengo nada que decir sobre este
muchacho, el Ingeniero Gómez. Pero, ante todo, ¿con qué credenciales cuenta?
¿Detective privado? ¿Lo manda Clara, la esposa?”
….
-Parafraseando al filósofo: “Solo sé” ¡Qué
vulgaridad la mía!
….
-¿Encuentros? No voy a decir nada, soy un
caballero.
….
Las conversaciones en la combi, con Gómez, son
absolutamente intrascendentes. Nunca hablamos de trabajo. Lo único que sé es
que es Ingeniero Químico y que trabaja en un laboratorio relativamente
conocido. Pero no más que eso. Y como se imaginará, mucho menos hablamos de
mujeres.
El “curioso” partió, pero dejó sembrada en Latuada
la sensación de que Miguel andaba en algo más que engañar a su mujer con los
pechos florecidos de Flavia. Prestaría mucha atención de ahí en adelante. Tal
vez la uruguaya no estuviera perdida para siempre.
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