Todo por derecha
Después de la negrura de aquel negro día
en el que Bernarda se volvió racista,
los miembros más conspicuos del pasaje del chárter trucho
comenzaron a analizar la posibilidad de destrucharlo,
legalizarlo, ponerlo en regla, “hacer todo por derecha y como corresponde”, dijo Fernando,
en un rapto de lucidez bastante poco usual a esa hora de la mañana.
Miguel aprobó la idea, y juntos se cambiaron de lugar para sentarse al lado
del abogado que viajaba siempre en el último asiento. Él se caracterizaba por
mantener la boca de labios finitos, como una rayita apenas, absolutamente
cerrada. Y los ojos, más saltones que nunca, de tanto alternar entre La Nación y la delantera de Flavia que estaba
mucho mejor -todos coincidían- que la del Seleccionado Nacional que justo la
noche anterior había perdido por 3 a 0 contra Brasil, como de costumbre.
Fernando y Miguel consultaron qué trámites creía él que habría que realizar
para conseguir los permisos correspondientes, y lograr así que la policía no
los volviera a detener con cualquier excusa. El tema de los piquetes los
superaba, pero ellos suponían - por lo menos eso dijeron- que teniendo todo en
regla, a Héctor le iba a ser más fácil defenderse cuando la Provincial los
detuviera, y así todos se beneficiarían.
Inclusive, agregaron, si hacía falta poner unos pesos y Héctor no tenía,
ellos podrían adelantarlos.
Flavia dio vuelta la cabeza, y comenzó a protestar: “Parece que las
mujeres acá estamos pintadas… ¿Qué creen, que la cabeza sólo me sirve para hacerme los
claritos? Si yo tengo gestoría anexada a la inmobiliaria. Yo puedo ocuparme”.
Consultado Héctor, y aprobada la moción de que Flavia, con el apoyo legal
del abogado silencioso, se ocuparan del caso, dieron comienzo los trámites de
legalización y “antitruchez”.
Al coche lo midieron y verificaron, lo fotografiaron y radiografiaron, le
analizaron la nafta y el aceite y hasta le sacaron una tomografía computada del
caño de escape, para lo cual hubo que desembolsar una pequeña fortunita.
También hubo que demostrar paciencia, tenencia y pertenencia; propiedad,
ubicuidad, docilidad, don de gentes y buena conducta del propietario, el
conductor, los pasajeros y hasta de la pulga que solía viajar debajo del
asiento de la vieja.
Por fin, un muy buen día la uruguaya anunció por la mañana que dejarían para siempre la ilegalidad. Un “¡hurra!” recorrió el chárter
trucho de cabo a rabo. Todos se abrazaban. Flavia y Miguel un
poquito más apretadamente, pero la ocasión lo merecía.
Dejarían la marginalidad; no serían más víctimas de coimeros y abusadores.
Decidieron que esa tarde festejarían ese comenzar a andar por derecha y para
eso, Bernarda sería la encargada de comprar los sándwiches y las cervezas en la
rotisería cercana a lo de su patrona. Total, si siempre cargaba
con la ropa de los porteros de la cuadra para lavarla en casa y ganarse unos
pesos con la changa, bien podría con las cajas y las botellas.
Pero los pasajeros de nuestro trucho chárter no tuvieron en
cuenta que hombres preclaros dispondrían
nuevamente de destinos, de bienes y de haciendas.
Un decreto recién promulgado por el intendente Lexyallez (aliado de uno de los dueños de tres de las cuatro
compañías monopólicas de transporte chárter en la Provincia) impedía la
habilitación de vehículos de transporte de pasajeros que tuviesen más de seis
meses de antigüedad “por temas relativos a la seguridad de la gente
transportada” y/o patente X, Y o Z
(porque cuando veía las chapas en la en la calle le traían recuerdos
ancestrales y eso era mucho más de lo que él podía tolerar).
Los sandwichitos eran de jamón, queso y lechuga y tanto
conductor como conducidos no podían permitir que esta última se achicharrara,
por lo que hubo farra igual en el viaje de vuelta ,el que por milagro no sufrió
interrupciones ni demoras a pesar de que las libaciones del chofer ónico-luengo
motivaron más de un zig-zag desafortunado.
Hubo que seguir circulando por izquierda. El cerco se cerraba sin remedio.
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