martes, 8 de enero de 2013

Capítulo 4: La cosa se pone negra


La cosa se pone negra
Parece que otra vez vamos a tener quilombo, vamos a tener. Ahí están los negros esos parados en el peaje. Me tienen repodrido con los piquetes. ¡Negros de mierda! ¡Villeros pata sucia!, dice el chofer del chárter trucho, rascándose la oreja.
A las siete y media de esa mañana de verano, la autopista es una maraña de autos que pugna por acercarse a la ciudad. Una bruma pegajosa oculta los costados de la ruta, y diluye, en una feroz monotonía, las totoras y pastizales que ocultan las villas miseria que la flanquean.
Fernando se acerca al chofer como para serenarlo. Siempre lo hace. Le desagrada profundamente la violencia porque le trae terribles recuerdos.
Esa bronca sorda que brota del tipo, al que solo ve de espaldas, lo altera, y le da ganas de empezar a las patadas él también, pero no contra los piqueteros, que se ven más grandes a medida que la camioneta avanza por el asfalto. ¡No! A patadas contra el que todas las mañanas lo lleva, lleno de rencor y resentimiento, a su trabajo. Podría haber ido en coche si no fuera porque no puede manejar desde el servicio militar. Después de aquello, cada vez que se puso al volante de un auto, lo invadió un sudor frío y una parálisis inexplicable.
Cuando yo me vine del Chaco era otra cosa- continúa el chofer- me vine a vivir a una pensión en Constitución y laburaba de sol a sol. Primero fui peón de albañil. Laburo sobraba. Y terminé la primaria. Me costó, pero lo hice. El tano, que era mi capataz, me decía siempre: "Mirá, negrito, no tenés que ser zonzo, estudiá, que te va a ir bien. Yo me vine de l´Italia sabiendo algo más que otros recién llegados como yo, y me pusieron de capataz en el subte. Siempre gané bastante bien, me hice la casita, los hijos estudiaron".
 Yo le hice caso. Y acá estoy, de socio en este chárter. Pero estos son pura cumbia y porro o paco y cerveza. Y encima, te cortan la calle, el puente. No te dejan ganarte el mango a vos, que todavía tenés laburo.
Noyo te digo: son negros de acá, de acá, dice el chofer, señalando la cabeza de rulos pinchudos con la uña casi arqueada. ¿Qué se creen? Se creen que el gobierno les tiene que dar todo. ¿Qué les va a dar? Una miseria y una ayuda para el comedor comunitario. Hay que matarlos a todos. ¿A nosotros qué nos da? ¿Eh? Puro impuesto y reventar. Encima estos canas hijos de puta lo único que saben es buscarle el pelo al huevo al coche y pararme a cada rato. ¿Por qué no los encanan a ésos en vez de joderlo a uno? Que los saquen del medio de una buena vez. Y la terminen.
El vehículo ha llegado al peaje. Una horda de pieles macilentas abre las bocas desdentadas. Llevan pancartas hechas con sábanas viejas y palos de escoba. Algunos envuelven sus cuellos y rostros con pañuelos y pasamontañas, que apenas permiten verles los ojos. Un olor acre y rancio penetra por las ventanillas que no pueden cerrar bien por más que los pasajeros se empeñen en hacerlo.
Rodean el coche con fiereza, como para no permitir que continúe su viaje. Exigen. Ordenan. Imponen. Amedrentan. Aúllan. Claman. Gritan. Imploran. Rabian. Odian.
Fernando pone su mano en el hombro del chofer mientras trata de serenarlo: Dejalos, Héctor. ¿No ves que hay un montón de pibes con ellos?
En un rato terminan, y nos dejan pasar. Tené paciencia
, ruega Fernando. casi en un susurro. El silencio en el interior del chárter es total. Esa gente que todavía come todos los días y se viste con relativa elegancia, en su mayoría tiene miedo. El chofer tiene razón. Esos negros no son como los "cabecitas" del tiempo de Perón. Son otra cosa. Héctor dice en voz alta lo que muchos piensan: "Hay que matarlos a todos"
Miguel y Flavia vienen dormitando sin hacer mucho caso de la situación, pero se despiertan con el ruido insolente del bombo y los sacudones y balanceos que los manifestantes le provocan al coche.
La vieja comienza una oración más agitada que de costumbre. Reza y sobrevuela su asiento, mientras trata de tranquilizar a Bernarda, sentada a su lado. Todos se desesperan pensando en que nuevamente llegarán tarde a destino.
La paraguaya le pide al chofer que le abra la puerta, baja y se dirige al jefe del piquete:
Escucháme, hermano- le dice, segura y decidida. ¿No te das cuenta de que aunque éstos tengan saco y corbata están tan jodidos como nosotros?
Dejános pasar, que si llego tarde otra vez por culpa tuya la patrona me raja y tengo cuatro pibes.
Nadie retrocede, y es Berna la que sube nuevamente al chárter diciendo: "Negros de mierda"

2 comentarios:

  1. Me gusta, Cati. En mi opinión, y desde los años que hace que te leo y te conozco, has crecido inmensamente en la literatura. Porque sé que eres muy muy capaz, te animo a que escribas una novela de ficción. Posees instrumentos e imaginación para novelar la realidad que ya relatas con una maestría preciosa. Me encanta tu estilo narrativo.
    Un abrazo de los míos pero además hoy añado admiración.

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  2. Gracias, Rosa, por tu generosísimo comentario. Esta "novela",que nació en Iceberg pero que hace poco acabé es mi primer intento de imaginar a partir de hechos que hemos vivido por aquí en estos últimos diez años. Tal vez, la próxima sea totalmente imaginaria. ¡ojalá pueda...! Un abrazo de gratitud por el estímulo...

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