lunes, 28 de enero de 2013

Capítulo 24: El ¿y ahora qué? de Bernarda



El ¿y ahora qué? de Bernarda
-Le juro, señora, que no nos quedó otro remedio- Bernarda apelaba a la persuasión porque intuía que esta vez, para su patrona, ella y el chárter habían ido demasiado lejos.
-Estás despedida, Berna. No podés aparecerte a las cuatro de la tarde como si nada, y encima venir a decirme que te hiciste piquetera. Y que estuviste detenida… ¡Piquetera! Como si trabajando con nosotros te faltara algo…
-Señora. Usted no sabe lo que es viajar todos los días con el corazón apretado, pensando que nos van a parar y hacer llegar tarde a nuestros trabajos. Y mire que probamos de ayudarle al dueño para que la combi estuviera en regla, pero no pudimos. Además, cuando yo traté de conseguir otra era igual de trucha. Y yo necesito este trabajo.
-Agarrá tus cosas y andate. No te debo más que los días de este mes. Se acabó. Buscate un trabajo cerca de tu casa que yo me voy a buscar una mucama cumplidora y responsable.
El río se veía tan gris como la autopista a primera hora de ese día. Y para Berna la vida toda se estaba tiñendo de grises, de tristeza y de angustia.
Pero la paraguaya no se entregó tan fácil.
-No, señora, además de los días, me debe las vacaciones y el medio aguinaldo y los recibos de aporte de jubilación que me prometió que me iba a pagar.
-¡No seas atrevida, Bernarda!, de eso: nada. Faltaría más. Si con vos hemos sido como de la familia y ahora nos vas a venir con estos planteos. ¡Retírate ya mismo de acá, sinvergüenza! ¡Con la cantidad de ropa que te hemos dado! ¡Ingrata!
-Una cosa no tiene que ver con la otra, señora. Yo le estoy agradecida por muchas cosas pero no es justo que me ponga de patitas en la calle sin darme lo que me gané trabajando.
No le pido más que lo que me corresponde. Yo vi cuando le liquidó a Marcos, el chofer de antes y sé lo que le dieron. ¿Por qué a mí me quiere despachar con las manos vacías? Tengo mis papeles en regla, y si no me quiere más acá me va a tener que cumplir, señora.
-Mirá, acá tenés tu sueldo del mes, para dártelo, me firmás que no te debo nada. Y da gracias que no te denuncio por ladrona.
 Las lágrimas de Bernarda rodaban hasta formarle un surquito que dibujaba un paréntesis de congoja a ambos lados de la naricita respingada mientras los ojos se le ponían cada vez más achinados.
-Nunca me llevé nada sin su permiso, señora. Pero deje. No me pague nada ahora. Si no me quiere más yo me voy, y ya veremos si me paga o no me paga.
Bernarda reunió en una bolsa de consorcio la ropa de trabajo, un desodorante y alguna toalla vieja, las chancletas estropeadas y un delantal desteñido, y llorando a moco tendido salió del departamento masticando más bronca que cuando se enfurecía en la autopista Buenos Aires-La Plata con el cabo Ortega, los piqueteros o el chofer asqueroso.
Salió por la entrada de servicio pero abrió la puerta que daba al hall principal, el de mármoles y porcelanatos, y, sin que los guardias le dijeran nada, se sentó a llorar en los sillones mullidos, preguntándose qué sería de  su vida de ahí en más.
Poco a poco se fue recomponiendo y al ratito Fernando  recibió un mensaje en su celular:
“Me echó…y ahora k?

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