Confesiones
-Sos un sol, Flavia. Mimosa, dulce, no tengo
palabras. Creo que nunca me sentí tan bien con una mujer...
-Vos también sos un sol, Miguel. Me hacés sentir
tan viva y tan linda.
-Sos linda. Y lo sabés. No hace falta que nadie te
lo haga sentir.
-Pero saberse deseada es algo que no tiene precio
y vos, tu mirada y esas manos que saben mis
lugares justos me hicieron sentir única esta noche.
Todavía no amanecía en el living de la casa del
jardín prolijo y la cinta de gimnasia en el dormitorio de ventanas a la inglesa
pero sí en el corazón del ingeniero. Estaba amaneciendo uno de esos amores en
los que manda la pasión antes que cualquier otra cosa. Un amor en que lo obvio
se disculpa y lo falso se disimula o se
comprende, en aras del fuego, más allá del hogar de leña y la alfombra de piel
blanca.
Por eso, quizás, no fue extraño que Miguel
compartiera con su nuevo amor sus sueños de una vida diferente si conseguía
colocar los frasquitos y su contenido en las manos adecuadas.
Flavia siempre había sido ambiciosa. Sin esa
ambición no podría explicarse su vuelo desde el arroyo Jabonería hasta la
pileta de natación sin un solo mosaiquito saltado al sur de la Ciudad de Buenos
Aires. Pero la ambición de Flavia había sido siempre genuina y con buenas
armas, “por derecha”, aunque prestar atención al plan de Miguel la estaba
sumergiendo en un mundo desconocido para ella hasta ese momento. Un mundo que,
quizás, era el que podía alejarla para siempre de las dalias y el agua del
arroyo.
-¿Pero estás seguro de que no corrés riesgos,
Miguel?- la voz era casi un susurro.
-No, preciosa, si no, no me arriesgaría. Si Divar
y Gonzálvez se animaron y no les pasó nada, ¿Por qué habría de pasarme algo a
mí? Hago el contacto, organizo la entrega y a volar lejos. Aunque ahora
quisiera volar con vos, “negrita”…
-¿Sabés, Miguel? Desde que era una botija
odio que me digan “negrita” aunque sea cariñosamente.
-¿Por eso te hacés la rubia? Si sos divina rubia o
morocha…
-No importa, decime Flavia, gordita, nena o linda
pero “negrita” no, porfa… Y volviendo al tema: ¿Cómo estás tan seguro de que no te
pueden agarrar?
-Lo que tienen adentro los frasquitos vale una
fortuna, Flavia. Y la cantidad es tan insignificante que pueden escabullirse de
muchas maneras. Solamente hay que saber esperar la oportunidad. Pero, ahora que
pienso, voy a tener que irme, no vaya ser que mi suegra o Fernando me enganchen
acá, al salir, ¿no te parece?
-Me dejás preocupada, Miguel. Hasta soportar que
sigas al lado de Clara me lo banco, pero no sé si voy a poder
vivir con vos esta jugada. Es mucho para mí.
-Zonza…Confiá en mí, te lo pido por favor. Además
hay tiempo…
- No sé…y eso de que te pareció ver a Doña
Deolinda entre las llamas me da un miedo…
- Habrá tiempo y ocasión de charlarlo, Flavia,
ahora me voy a casa para llegar antes de que Pauli se levante para ir al cole…
“La vieja sabe todo”, repitió la conciencia de
Miguel mientras se enrollaba en el piso del asiento delantero del auto de
Flavia por si las moscas.
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