La historia clínica de Deolinda Benítez
-Mirá, Pepe, la gallega ésa es medio rara- le dijo la enfermera de guardia al
cabo que la acompañaba ese día.
-¿Te parece, ché?- respondió Pepe, distraído.
-Está bien que a la mina la tomaron como rehén los propios
compañeros de viaje en el micro, eso deja chiflado a cualquiera, pero… ¿le viste el
pelo? ¿Y los ojos? ¿Cómo puede ser que se mantenga sentada a cincuenta
centímetros por encima de la silla?
-Hasta que venga el Doctor Ayerza no podemos hacer nada. La tiene que
entrevistar y hacerle la historia clínica. Así que la vigilamos, y chau, otra
no queda- concluyó Pepe cerrando la cuestión.
Mariano Ayerza llegó, impecablemente vestido, a la sala de paredes altas y
descascaradas, a eso de las seis de la tarde. Se preguntaba por qué no había
dejado de trabajar “ad-honorem” en ese hospital
que era una ruina, si en la clínica privada ganaba una fortuna. Pero algo le
decía, muy adentro, que su abuelo Iñaki se revolvería en la tumba si supiera
que el nieto había claudicado en la cruzada de trabajar por los que no tenían
nada. A esa hora todo se veía más lúgubre, alumbrado por la única lamparita que
colgaba en medio del techo, tiñendo el ambiente de un amarillo miserable.
Sacudió el polvo del almohadón que cubría el asiento despanzurrado de la vieja
silla con rueditas, frente al escritorio de roble -un esperpento antediluviano-
detrás del cual él adquiría patente de “doctor”, y se sentó.
Doña Deolinda, evidentemente sedada, pero lúcida, habló así:
“¡Ay, Señor! ¡Vaya buen
mozo que me ha tocado por médico luego de mi calvario! Vea usted, doctorcito,
usted creerá que yo estoy loca, ¿verdad? Pero, no. ¡Qué va! Solo es que me he
llevado un susto que no vea usted.
Los mismos que hasta ayer viajaban muy educadamente con esta servidora, hoy
la han tomado por el pescuezo por detrás, así, así (ahí Deolinda se abrazaba el
cuello como indicando que casi la habían estrangulado) y me han puesto una navaja
aquí, aquí mismito. ¡Se lo tenían pensado! ¡Hace días que algo tramaban! ¡Hasta
la muchachita paraguaya que viajaba a mi vera se ha ensañado conmigo, aunque
luego la he notado arrepentida!
¡Y pensar que mi misión en estas tierras sólo tiene fines de paz, mi
doctorcito! ¡Sólo de paz!”
Los ojos azules del Doctor Ayerza contemplaban a Doña Deolinda con una
combinación casi absurda de asombro e ironía. Pero, en seguida, la curiosidad
se impuso y, a la solicitud de ampliación de detalles de los hechos, sumada a
una consulta sobre la historia anterior de la española, ésta prosiguió:
“Yo nací, vea usted, en La
Gomera, una islita pequeña en el Archipiélago Canario. Mi madre adornó mi cuna
con laureles que sacó del bosque de Garajonay, y sabrá usted que en ese bosque
le llueve a usted horizontal en vez de lloverle de arriba para abajo, y los que
hemos tenido el privilegio de respirar los efluvios de sus laureles desde
recién nacidos, tenemos la posibilidad de levitar, siempre que no reneguemos de
nuestra cuna. Yo jamás renegaría de la mía doctorcito, que a bien nacida no me
ganan, aunque me vea usted con los zapatos embarrados…
He dado tantos tumbos por este globo terráqueo que a mí también me parece
mentira terminar con mis huesos por aquí, con este miserable aspecto que me ve,
pero es que tengo una misión, ¿sabe usted, doctorcito…?
Mi padre cultivaba plátanos, bananas le decís vosotros, en un llano de
Angulo, ese era el nombre del ayuntamiento que me vio nacer, pero poco a poco
el pueblo se fue quedando sin gente, y no hubo dónde colocar los plátanos: ¡a
marchar se ha dicho!, corridos por la pobreza y la falta de trabajo. Paradojas
de la vida, mi doctor, que ahora donde no lo haya sea aquí, precisamente aquí,
donde encontré paz y bienestar durante tantísimos años, ya que soy más vieja
que los lagartos del bosque de mi isla…
¡No me mire usted el pelo, doctorcito! Que para eso también tengo yo una
explicación.
De muy pequeña me llevó mi madre al Barrio de la Palmita y allí, cuando
estaba por llegar la noche de San Juan, entre brezos y hayas, me consagró al
espíritu de Gazaña, una mujer muy mala muy mala, famosa en toda mi isla. Mi
madre pensó que así me protegería de todo lo malito que me pudiera ocurrir en
este mundo, pero, en vez de eso, se me transformaron los cabellos rubios en
estos gusanos ensortijados, y nunca los he podido cambiar. Así me conoció el
finado Pedro, mi marido, un gañán tan noble, como perezoso y atolondrado. Así
me quiso y así moriré cuando Dios o mis compañeros del chárter ése lo dispongan. Desde que se me
cambió el pelo, mi cabeza no es igual a la de nadie. Yo veo el porvenir. Lo malo y lo bueno, doctorcito, se lo juro a
usted. Algunos dicen que soy adivina, yo creo que ha sido el bautismo con la lluvia
hechicera de los bosques de mi tierra que me ayuda a mirar en el corazón de los
hombres y en el mañana ignoto.
En la época en que vivíamos en Chile, con mi Pedro, tuve un sueño. Un sueño
casi real en el que Gazaña se me aparecía para ordenarme que viniera a la
Argentina. No dudé un segundo en viajar. Aquí perdí a mi Pedro. Hace hoy dos años. Anoche presentí que hoy
algo ocurriría.
Mis compañeros de viaje no me quieren. Pero yo los perdono y rezo por ellos
todo el tiempo, porque veo que sufren, que traicionan, que engañan hasta con el
pensamiento. Mire usted, mi doctor, yo era abstemia. No había probado el
alcohol en toda mi vida y, sin embargo, el Día de los Inocentes me bebí todo lo
que me pusieron por delante. Los compañeros fueron muy majos y pagaron mi parte
de la cuenta. Yo no pensaba descender del coche, pero había algo en la mirada
del chofer hacia Bernarda que me hizo pensar en protegerla. Debí ignorar lo que
veía. No ocurrió nada, no crea usted, pero pienso que fue porque descoloqué a
todos con mi decisión de sentarme a celebrar con ellos.
Conozco sus secretos, sus pensamientos más escondidos. Puedo decirle que el
abogaducho ése de los anteojos gruesos no es trigo tan limpio como aparenta.
Que para mí algo sucede con la uruguaya. Se les nota en la mirada. Lo mismo a
Miguel, el que dicen que desapareció. Debe haber desaparecido de la vergüenza,
porque él fue el que me agarró del pescuezo: todavía tengo las marcas de sus
dedos. También le gustaba la rubita, pero ella dudaba entre el leguleyo y el
otro, aunque a veces, no sé, como Miguel es casado...
Ese Miguel parecía un hombre de familia, pero oculta algo muy grande,
doctorcito. Se me eriza la piel de sólo pensarlo.
Cuando hoy nos detuvo la patrulla por primera vez en el día, parecía que
todos los hombres se habían puesto de acuerdo. Una seña fue suficiente para
que me sujetara fuerte, y me apuntara
amenazante: “¡O nos
dejan pasar o matamos a la vieja!”, dijo el muy cochino. Todos aplaudieron. Todos
menos Fernando. Él es un caballero. ¡Ojalá lo de la paraguaya fuera en serio!
Esa muchacha se merecería suerte. Por ella rezo desde la mitad del viaje hasta
que llego a Buenos Aires. Yo me mantengo mendigando a la puerta de la iglesia
de la Merced hace muchos años, mucho antes de que mi finado se me fuera.”
Los ojos azules de Mariano Ayerza estaban franca y decididamente
desorbitados, y el que contemplara la escena no hubiera podido decidir cuál de
las dos expresiones, a ambos lados del escritorio, parecía más desencajada.
El médico pidió a Pepe un vaso de agua y Deolinda aprovechó para ir al
baño.
Al regresar, la española entró en trance y vaticinó, levitando, días de
gloria para el Río de la Plata. Volvería a ser el granero del mundo luego de
algunas hambrunas universales, así como la provisión de agua potable más
importante en el 2050.
Ayerza pensó que la mujer era inofensiva, que para el 2050 él sería lo
suficientemente viejo como para no preocuparse por un vaso de agua o una ducha,
miró a Deolinda con una dosis de ternura, y firmó el alta de internación no sin
antes recomendar un tratamiento ambulatorio. Después subió, lo más rápido que
pudo, al Volvo reluciente, y puso primera para llegar, lo antes posible, al
exclusivo sanatorio de la zona de Pilar donde ningún paciente ostentaba barro
en los zapatos.
Deolinda volvería al mundo “trucho”.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAcobo de leerme todos. Me gusta Cati! Muy interesante y entretenido. Espero con ansias el proximo capitulo.
ResponderEliminarLucia.
¡Qué alegría,Lulu! Mirá si algún día sos una de las protagonistas de la peli... ¡Gracias por leerme! Cati
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